by carmen saavedra · dejar un comentario
La mirada ajena
Unos meses atrás Araceli Arellano Torres (administradora de ese maravilloso blog que es Si no me conoces, ¿por qué me sonríes?) compartía en su página de Facebook esta imagen de una valla publicitaria. Formaba parte de una campaña por la concienciación de la discapacidad llevada a cabo en el Reino Unido: en esa imagen se representa un tenedor al que le falta una de sus púas, junto al lema “Aún así, funciona” (It still works)
Araceli acompañaba la imagen además con un texto suyo maravilloso que representa toda un declaración de principios:
Una persona con discapacidad no es menos persona.
Una persona con discapacidad no tiene menos derechos.
No tiene menos dignidad.
No merece menos.
No vive “menos vida”.
No tiene menos objetivos.
Una persona con discapacidad no es un ciudadano de segunda.
Una persona con discapacidad no es alguien de “otra especie”
Igual que un tenedor de 3 puntas no es tan diferente de uno de 4…
Entre las muchas reflexiones a las que dio lugar esta imagen, me llamó la atención el comentario que escribió Irene Tuset (mamá de Andrés y creadora del blog 321down. Matemáticas para todos, cuyo objetivo es llevar a la práctica esa idea de que «Si un niño no aprende de la manera en que le enseñamos, quizás deberíamos enseñarle de la manera en la que aprende»).
Vale, bien, este comentario hace referencia a alguien ajeno al mundo de la diversidad, es un ejemplo de la mirada de los otros, de la mirada ajena, pero, ¿qué ocurre dentro de nuestro círculo familiar y social?
La mirada cercana
Porque, desgraciadamente, no son sólo los ajenos a nuestro círculo quienes tienen la misma percepción que esa señora y comparten esa misma mirada.
El curso pasado viví una situación muy, muy dolorosa con Antón. Lo compartí con una de las personas más importantes de mi vida pero me dolía tanto que era incapaz de hablarlo sin echarme a llorar así que, después de varios intentos, le dije: te lo cuento por wasap y colgué.
Hay veces en que la comunicación por escrito resulta mucho más fácil para mí y puede que quizás sea por eso por lo que utilizo tanto wasap o facebook como vía para compartir y desahogar ciertas cuestiones: las palabras por escrito no salen a borbotones y casi que vomitadas como ocurre tantas veces con las habladas. El tiempo que requiere teclear, nos permite también ganar tiempo para reflexionar con algo más de calma, sobre todo para alguien como yo a quien las palabras le bullen en la cabeza. Otra de las ventajas es que se puede teclear y llorar a la vez… Las lágrimas, por muchas que sean, no interrumpen la conversación, ni violentan al interlocutor.
Expongo todo esto porque quiero analizar algunas de las respuestas que recibí de esa persona que me quiere sin ningún género de dudas pero que, además, adora a Antón y daría la vida por él.
“El no va a saber enfrentarse a un problema si tú le dices que no hay problema”
“Porque es diferente, mientras no aceptes esto no le vas a poder ayudar”
“Yo sí pienso que tiene un problema o unas carencias y eso no es debatirlo, es así y así hay que aceptarlo”
“Sabes a lo que me refiero y hasta que no aceptes la realidad tal y como es, no vas a poder ayudarle”
Significado real de estas palabras
Traducción: “Tienes que convencerte (y convencerle a él) de que su discapacidad no le da derecho a lo mismo que al resto de niños: compañía, amistad, diversión, cariño, respeto…”.
Esto me llevó a la siguiente reflexión: si una de las personas que más quiere a Antón en este mundo (porque eso no lo dudo ni por un segundo) considera que mi hijo tiene un problema; Si, además, esa persona es alguien con quien tengo la suficiente confianza como para haber intentado educar (= reformular su concepción de la discapacidad), por las buenas (con argumentos y conversaciones cansinas de repetitivas) y hasta con palabras más duras y contundentes y, sin embargo y por lo que se ve, no ha valido de nada… ¿qué no pensará y sentirá el resto del mundo?
Y estoy convencida de que mis argumentos no han valido, no porque fueran débiles o poco convincentes (creo que llevo demasiados años elaborándolos para que haber dejado algún flanco débil), sino porque el mensaje que esa persona ha recibido durante sus más de 40 años de vida, de forma tan machacona e insistente, ha calado en ella de tal manera que lo hace impermeable a mis palabras, a mis argumentos e incluso al amor infinito que sé que siente por Antón.
Esto me hace pensar que, probablemente, la mayoría del resto de personas que, después de escuchar mis argumentos me dan la razón o simplemente no replican, piensen exactamente de la misma forma, sólo que quizás no tengan la confianza suficiente para llevarme la contraria y decirme que estoy equivocada y que no quiero reconocer / aceptar / asumir (aquí caben muchos verbos) el problema de mi hijo.
Esta batalla por hacer ver al mundo la humanidad de nuestros niños, no va a ser fácil. Está tan en pañales como lo estaba la lucha por las libertades civiles de las personas negras en Estados Unidos en el siglo XIX, como lo estaba la lucha contra la homofobia en la década de los 40, o como pueda estarlo en la actualidad la lucha por la igualdad de género en la mayor parte de países del mundo: muy, muy, muy en pañales, en el principio de los tiempos, aunque sintamos que llevamos mucho camino recorrido y que estamos llegando al final. Siento decir que yo pienso que no es así. También estoy convencida de que esa victoria la ganarán otras madres y padres del futuro pero nosotros seguimos en pleno campo de batalla.
Sí, se ha recorrido mucho camino respecto a la visibilidad (que es de lo que nos aprovechamos los que estamos aquí y ahora), pero no nos engañemos: sólo respecto a esto. Nuestros hijos ya no viven escondidos, han salido al exterior y son visibles. Sin embargo, una cosa es la visibilidad y otra la aceptación, la integración y el respeto. Y hasta la humanidad: sí, especialmente, LA HUMANIDAD.
No es verdad que nosotras no aceptemos la realidad de nuestros niños. Lo que sí es cierto es que cada vez que nos rebelamos contra la falta de respeto a sus derechos, tenemos que escuchar esta frase, LA FRASE: “es que no aceptas a tu hijo”.
Se nos repite tanto, tantas veces y con tanta insistencia, que a veces llegamos a dudarlo, muchas, incluso, llegan a convencerse. Pero la realidad es otra: “son los otros quienes no aceptan a nuestros hijos”.
No aceptan que tengan derecho a una educación inclusiva, a una vida social normalizada, a una incorporación al mercado laboral y a una vida digna. Así que, no os dejéis convencer, y cada vez que alguien os suelte LA frase, pensad que no sois vosotros, sino esa persona, quien no acepta que vuestro hijo sea un ser completamente humano y que como tal tiene derechos.
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