A la hora de eliminar barreras, a veces confundimos lo importante con lo simbólico
En mi ciudad han puesto una rampa para entrar a un importante edificio cultural por la puerta principal. Aplausos, loas y ovaciones. Después de muchos años, los retrones vamos a poder acceder al Paraninfo de Zaragoza por el mismo sitio que el resto de los mortales. Por tan solo 80.000 euros, supone todo un avance en accesibilidad e igualdad de... ejem.
En realidad, me parece un gesto vacío, un gasto inútil y, en cierto sentido, un error táctico.
Ya era posible entrar al Paraninfo por una rampa en la puerta de atrás. Subías, pulsabas un timbre y un trabajador amable te abría la puerta y te guiaba a la sala que quisieras. No entrabas "por donde todo el mundo", pero jamás me he sentido ciudadano de segunda por ello.
La verdad es que siempre me he apovechado de las puertas traseras. Soy muy fan de ellas. Los ciudadanos de a pie entran por la principal, en orden y bajo la mirada atenta de los seguratas. Los artistas, por detrás; los políticos, por detrás. (Salvo la infanta... pero ésa es otra historia). Y salir, siempre por detrás. Si quieres una foto o unas palabras de alguien famoso, no esperes donde todos, ve a la puerta de atrás.
Hace ya 12 años, estuve con un amigo viendo Cats en Londres. El recinto, oh, no estaba adaptado, y tuvimos que acceder a nuestros asientos por el vestuario de las gatitas. Es lamentable que mi acompañante y yo fuéramos obligados a ver a actrices a medio vestir… Todavía tenemos el recuerdo de una de ellas grabado a fuego. ¿Deberíamos denunciar?
Ese mismo día, otro ultraje: en la National Gallery, al salir por un ascensor reservado a trabajadores, el segurata con invitó a pasar una hora a solas con cuadros que no estaban expuestos. Vergüenza les tendría que dar, tratar así a un pobre minusválido… ¡Hijos de la Gran Bretaña!
Y qué decir del Auditorio de Zaragoza, que cuando quería estar en primera fila me hacía pasar por los camerinos de los artistas…
Entrar por donde pocos entran es una de las escasas ventajas de ser retrón. Y aun así, hay quien considera que debe ser erradicada. Pero la igualdad de oportunidades es poder entrar y ver lo que quieras ver con comodidad; no entrar por el mismo sitio. Suena muy hollywodiense aquello de "Yo quiero entrar como todos" pero es un tanto inútil. Da la impresión de que hay quien confunde igualdad cosmética con igualdad de oportunidades. Yo prefiero la segunda.
Además, se corre el riesgo de que la sociedad crea que la discapacidad se soluciona con 4 rampitas bien visibles. Es mucho más. Vuelvo a lo de siempre: lo importante y lo simbólico.
Lo simbólico es una rampa larguísima, una inauguración; lo simbólico son políticos con sonrisa profident estrechando manos a directivos de asociaciones de retrones. Lo importante es tener un asistente las horas que necesites, acceder a una escuela de integración cerca del domicilio, poder reducir la jornada laboral para estar con un familiar en el hospital, tener un jefe en el trabajo que entienda que tus necesidades no van a impedir que hagas tu trabajo como el resto (o mejor).
Poner un acceso imposible de ignorar cada vez que pasas por delante (vean los comentarios a la noticia en Heraldo de Aragón) queda bien en prensa y parece un triunfo para la asociación promotora (por cierto, la misma que nos premió hace unos meses), pero me da que es contraproducente para "la lucha", por llamarlo de algún modo. Dame dinero, dame asistentes, dame igualdad real de oportunidades en educación y trabajo. Y las rampas, más discretas, por favor.
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