Grado de minusvalía: 91%.
Movilidad reducida: procede. 7 puntos.
Necesidad de concurso de 3ª persona: procede. 51 puntos.
Así se resuelve el Certificado de Grado de Minusvalía definitiva de mi hijo Sergio. Su madre, y yo, somos esa “tercera persona” de la que habla el certificado, sus progenitores, además de sus cuidadores, sus auxiliares clínicos y sanitarios, sus fisioterapeutas y animadores socio culturales; tal como lo son los miles y miles de padres y madres de personas con grandes dependencias y discapacidades severas.
(...)
Sí, son papeles importantes, pero vacíos de contenido. Porque Sergio, no entiende de papeles, no sabe leerlos, ni verlos, ni mostrarlos. Para Sergio, y para mí, son más importantes estos pliegos de ahora, este libro, ocasional lector y posible compañero de vivencias, estos escritos que vas a empezar a leer. Como padre, ha sido hermoso poder poner voz, por medio de la prosa poética, a mi hijo Sergio. Es como un milagro, un sueño hecho realidad. Porque Sergio es paralítico cerebral y no habla. No solo no habla, no ve, tiene hipoacusia en un oído, no anda ni se pone de pie, sufre crisis de ausencia epilépticas y no puede expresarse corporalmente, ni tan siquiera, por lengua de signos; pero siente, sonríe, y regala amor incondicional… Sergio es un joven de 21 años de 1.78 de altura, 85 kilogramos de peso, y una mentalidad como la de un bebé de seis meses; además, como bien dictamina su certificado oficial de minusvalía, es, un Gran Dependiente para todo lo concerniente a la vida diaria: no come ni bebe si no le das de comer y beber y se lo ofreces en la boca; no se viste si no le vistes, ni va al aseo porque no puede ni sabe pedirlo, ni se cambia los pañales solo, ni se lava ni baña… todo eso, y más, lo hacemos por él su madre, su hermano Adrián y éste que ahora, habla por él.
("El hijo roto" fragmentos de las páginas 17 y 18 © Del texto: Federico León
De la presente edición: ACEN Editorial)
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