viernes, 6 de noviembre de 2015

Hola mi amor,


¿Te recuerdo el día que nos conocimos? Siempre digo que el más emocionante y feliz de mi vida. Sentí un flechazo en el corazón nada más verte y la intuición me dijo que eras muy especial. Estuvimos abrazados durante horas y así nos quedamos dormidos.
Los siguientes días me parecía tan hermoso querer estar a tu lado a cada minuto, me sentía tan feliz contigo que me olvidaba de todo a mi alrededor.
El primer año juntos pasó lentamente y sé que fue por saber disfrutar cada día. Porque supe apreciar el amor verdadero y esos momentos de nervios, complicidad, caricias, risas...los estaba viviendo tan intensamente que ahora tengo la suerte de recordarlos como si hubieran sido ayer.

Todo era, como esa novela que te engancha desde la primera página, pero quieres que nunca llegue la última, mientras no puedes parar de leer y leer...

Un día cualquiera comencé a notar que mi vieja amiga la intuición me mandaba pequeños mensajes de alerta. Eran diminutos y por momentos se me escapaba la felicidad y los malos pensamientos me pedían explicaciones. Pero según pasaban los meses, esas señales de incertidumbre volvían a darme pequeños toques en el corazón y yo suspiraba profundamente, no quería saber nada de ellos.

Inevitablemente el amor pudo más que cualquier otra cosa y un día te miré fijamente intentando meterme en tu interior.. No obtuve ninguna respuesta.

Comenzamos juntos y con las manos fuertemente cogidas, nuestro viaje por consultas, médicos, especialistas, neurólogos, psicólogos...y fuimos poco a poco entrando en una habitación oscura, desconocida y muy, muy fría.
Yo quería meter en esa habitación aunque fuese una pequeña vela, algo de luz, pero siempre aparecía esa corriente fría y la apagaba.

Yo quise meter en esa habitación mucha gente querida para que nos abrazaran, nos escucharan...pero la gente desconocía que significaba aquel lugar tan extraño, frío y se iban. Yo intentaba gritarles ¡¡necesito ayuda!!... pero si lo hubiese hecho sé que se habrían asustado mucho y tampoco quería eso. No sabía como llenar esa habitación otra vez de luz y calor.

Pasaba el tiempo y el lenguaje con los demás era desesperante. Hablaba sobre lo que te pasaba y sentía la respuesta como si fuera en otro idioma y ni yo entendía nada, ni los demás se expresaban con claridad. Yo sentía que lo mejor de mí se moría y los demás me daban recetas para la gripe. Entraba en un Mundo desconocido y comencé a compartirlo con los más cercanos. No les culpo cuando intentaban animarme con frases de todo va a salir bien, mejorará, se curará, etc...Pero esto era para siempre, para toda la vida. No sabía por qué huían de la realidad. Me imagino que por miedo, por desconocimiento...Nunca en mi vida me había sentido tan sola, tan perdida, sin fuerzas y sin ganas de luchar.

Un día me dí cuenta que era necesario llorar sin que me vieran, cada minuto que pasaba a solas buscaba una esquina, un rincón que me rodeara y lloraba sin poder parar. Ese Mundo que antes a mi alrededor desaparecía al sentirme tan feliz a tu lado, ahora sí aparecía, tal cuál es...Ese Mundo sin la capacidad de cuidarte como yo lo haría. Y eso me daba tanto miedo que llegó la oscuridad total a esa habitación. No había manera de salir porque estaba ciega y no encontraba la puerta.

Lo único que me consolaba en esta situación de tanta incertidumbre sobre nuestro futuro, era verte feliz. El resultado de todo el amor que te transmitía era sin duda tú mejor medicina, eras feliz. No tenías preocupaciones, estabas alegre y disfrutabas de mi compañía.

Eras la luz que siempre tuve cerca y no supe sentir. Eres la luz que crece en mi corazón cada día que pasa. Cada sonrisa tuya, cada día que eres feliz, cada batalla, cada progreso, cada paso que das...se convierten en pequeñas luces que alumbran la habitación de mi alma.

Así que sólo me queda en esta carta que darte las gracias. Gracias mi amor por ser como eres, no te cambiaría por nada ni nadie en este Mundo.
Gracias por enseñarme a tener más paciencia, a saber multiplicar mi amor en los peores momentos, a secarme las lágrimas en tus sonrisas, a cambiar el refugio de las esquinas y los rincones por un atardecer, a volver a creer en una mano que te tienden, a creer que en un futuro si luchamos juntos el Mundo si sabrá ayudarte.

Gracias por enseñarme que se puede pasear mirando las nubes, las farolas, lo más alto de los edificios, las copas de los árboles, los pájaros...tal y como siempre lo haces tú. No hablas, pero lo observas todo y parece como si estuvieras conectado realmente con la Naturaleza. Tengo que observarte mucho para sentir tus gestos, caricias, miradas...y traducirlas en palabras. Eres como un puzzle eterno..

Gracias por enseñarme que se debe celebrar cada sonrisa que nos dan, cada caricia, cada carrera que haces hacía mí cuando me ves, cada pieza que logras colocar en su sitio, cada esfuerzo que haces por poder comunicarte, por avanzar.

Gracias por dejarme entrar en tu espacio y caminar juntos en medio de un mismo Mundo pero con diferentes perspectivas. Gracias mi amor por enseñarme que nos podemos comunicar con una mirada, con caricias, con imaginación.
Gracias mi amor por el día que nos conocimos, el cinco de Marzo de 2011, el día que naciste...

Espero que algún día te sueltes de mi mano y puedas seguir enseñando al Mundo que los niños con Autismo o cualquier otro trastorno o discapacidad merecen miles de cartas de amor, de comprensión, de respeto, de cariño, de ayuda y de un futuro feliz.

Cuando vives de cerca ciertas cosas, aprendes que hay una conexión de amor invisible y no necesitas hablar. Lo invisible es bello, sólo tienes que sentirlo con ese sentido que tenemos perdido.
Ojalá algún día leas esta carta. Y si no puedes, yo te la leeré con miradas.

Con todo mi amor,
Mamá
(Carta dedicada a todas las personas con Autismo y en especial a mi hijo Michael de cuatro añitos)

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