La pasada primavera, un cáncer dejó a Nieves Álvarez Davila sin posibilidad de caminar. Fue entonces cuando su hija le compró un pequeño vehículo que funciona con batería eléctrica. El objetivo era facilitarle la movilidad sin mucho esfuerzo. Pero la batería tiene una duración muy limitada y, como mucho, le permite desplazarse desde su domicilio en la calle Teixugueiras en Vigo, en Navia, hasta el hipermercado de Alcampo en Coia. «No puedo ir a Povisa ni al negocio de mi hija porque se me acaba la carga».
Su problema se acentúa, explica, porque «tampoco me permiten subir al transporte público». Ayer mismo intentó acceder al autobús de Vitrasa en tres ocasiones y la respuesta de los conductores fue siempre la misma: «No nos está permitido». Uno de ellos tuvo la amabilidad de consultarlo con la empresa por teléfono para que se lo confirmara delante de la usuaria.
«No me dicen muy claro por qué no puedo coger el autobús, pero parece que alegan que pesa mucho y que igual no resiste la rampa de acceso, aunque mi pequeña moto solo pesa 40 kilos, parecido a otras sillas de ruedas, y ocupa como el carrito de un bebé», se defiende la vecina. A la dificultad anterior se suma la que tiene a la hora de desplazarse en vehículo particular. Hace un año, cuando empezó a tener limitaciones, solicitó a la Xunta la certificación de minusvalía y todavía no le ha llegado. Como consecuencia tampoco puede disponer de la tarjeta que le permitiría a su hija aparcar en plazas de minusválido cada vez que la traslada a algún sitio. «Tenemos que estacionar en cualquier lugar para montar la silla; la llevamos guardada en el maletero», comenta su hija. «Dicen que las certificaciones de minusválido tardan veinte meses en concederlas», añade Nieves.
Hace tres años le diagnosticaron un cáncer de mama, posteriormente tuvo uno de pleura y en la actualidad está a tratamiento de un tumor en la cabeza. La pérdida de movilidad y de visión en un ojo son algunas de las consecuencias.
Otra fue la obligación de dejar su casa en Coia ante la imposibilidad de valerse por sí misma al no disponer el edificio de ascensor. Desde entonces vive con una de sus hijas y va conociendo día a día las muchas dificultades que entraña la movilidad reducida: «En la avenida de Europa hay un lado que tiene acceso, pero otro no, y eso me impide ir junto al negocio de mi hija, que tiene una cristalería en Tomás Paredes»,
A Nieves, pese a todo, le queda fuerza y moral para luchar por las mejoras que precisa.
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