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SILVIA PARRANo le dejemos la tarea pesada de eliminar las barreras que nosotros mismos hemos puesto a quienes de por sí ya tienen muchas otras situaciones incómodas que afrontar.
Como si no fuera suficiente convivir con una deficiencia física, mental, intelectual o sensorial, aun así, no es la discapacidad lo que hace difícil la vida de más de dos millones y medio de colombianos, sino la lucha diaria por derribar las barreras físicas, sociales, económicas y actitudes ig
norantes que los excluyen de participar de una forma total y efectiva como miembros iguales en la sociedad.
En Colombia, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), las personas con discapacidad son el 6 % de la población del país (cerca de 2’650.000 personas), es decir, por cada 100 colombianos, 6,3 tienen limitaciones permanentes.
El 70 % de los casos pertenecen a los estratos 1, 2 y 3, con tasas de analfabetismo del 40 % (frente al 5 % del resto de ciudadanos). Tan solo el 13 % de ellos accede al sistema educativo, sólo el 3 % logra terminar secundaria, y el 30 % no está afiliado al sistema de salud y seguridad social.
Con este panorama se evidencia que pese a los esfuerzos que se han venido trabajando desde el gobierno nacional y los aciertos del Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Telecomunicaciones facilitando tecnología para mejorar la calidad de vida de las personas, un gran número de hombres, mujeres y niños con algún tipo de discapacidad están siendo valorados y calificados por sus limitaciones y no por sus capacidades.
Acierta aquella frase que dice que “La discapacidad no es otra cosa que nuestra incapacidad para entender que todos tenemos capacidades diferentes”. Equivocadamente asociamos la discapacidad con incapacidad, con enfermedad, con minusvalía, con anormalidad e incluso con desgracia, y esa cultura excluyente ha sido transmitida de generación en generación.
Si por un momento usted asume hoy la vida de un adulto con ceguera, sordera, sin una extremidad, se daría cuenta de que ni el entorno físico, ni el laboral, ni la academia ni la sociedad están preparadas de manera adecuada para proveer un un ambiente propicio para esta población que posee múltiples capacidades para ser y hacer grandes cosas.
No les dejemos la tarea pesada de eliminar las barreras que nosotros mismos hemos puesto a quienes de por sí ya tienen muchas otras situaciones incómodas que afrontar. Pensemos en los niños que nunca han caminado, en los estudiantes que no ven y aun así todos los días se trasladan a sus colegios o universidades en un mundo aislado y desentendido, en la mujer que es madre y que también vive con discapacidad, en el adulto mayor que ve con horror el mundo exterior, en los jóvenes carentes de sus extremidades que sueñan con ir a un paralímpico, o en los padres cuyo gran temor es partir y dejar a sus hijos expuestos a una sociedad cada vez más negligente e ignorante.
“La discapacidad no está en las personas que carecen de una parte de su cuerpo, está en la mente de muchos que se dicen sanos” dice Marithe Lozano. Es nuestro deber moral y racional ir rompiendo estos viejos paradigmas de discriminación y llevar a cabo acciones que construyan un lugar cómodo, sin intimidaciones, sin estereotipos ni obstáculos, que valore al ser humano por sus capacidades y no por su discapacidad. Bien se expresa en la Constitución Política de 1991 que toda persona nace libre e igual ante la ley y goza de los mismos derechos, libertades y oportunidades.
Cómo ayudaría que las empresas públicas y privadas se animaran a incorporar prácticas de contratación que permitan trabajar a un mayor número de personas en condición de discapacidad, hoy el 64 % de las empresas en Colombia no contemplan ni tienen abierta esta posibilidad de reclutamiento y contratación. También aliviaría las cargas que este nuevo gobierno estudiara a fondo la situación de este porcentaje de la población en cada rincón del país y estableciera políticas públicas de inclusión que mejoren sus condiciones educativas, laborales pero, sobre todo, que mejore considerablemente la atención en salud y rehabilitación.
En cuanto a nuestros admirables deportistas paralímpicos (atletas, ironmen, escaladores, nadadores, maratonistas anónimos, que se han convertido en la máxima fuente de inspiración para muchos de nosotros, para que no sigan estando de últimos en la escala de prioridades de la nación, como dice el colega Carlos Pérez, se recomienda seguir las siguientes sugerencias:
1. Todo el dinero del mundo para apoyarlos, como a los partidos políticos.…
2. El presidente o funcionario en turno tenga un hijo discapacitado.
3. Todos los padres de familia adopten cuando menos un hijo con deficiencia física.
4. Los mejores entrenadores se encarguen del entrenamiento correspondiente.
5. Haya un gobernante con discapacidad física.
6. Los periodistas tengan un sueldo mejor para cubrir deporte adaptado.
7. Los empresarios abran sus chequeras para anunciarse en las camisetas de estos deportistas.
8. Los políticos en campaña destinen más tiempo para ellos como estrategia efectiva.
Es tiempo de reflexionar sobre nuestra incapacidad de entender la discapacidad.
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