La sexualidad es una condición natural de la persona humana, no importa su estado de salud, posición económica o cualquier otra variable que se quiera poner. Es lo que nos determina como varones o mujeres, aún más allá de lo que tiene que ver con lo meramente fisiológico. El componente sexual está presente en nuestra cultura y adopta formas distintas, según valores sociales, religiosos, personales, etc.
Las personas con discapacidad están sexuadas: son él o ella, no un ente amorfo. Y, como tales, deseos, precisamente porque viven en y son parte de una sociedad, más allá de aspectos discriminatorios persistentes, y por el mero hecho de ser personas.
Respecto de esto, es muy frecuente que se les niegue ese aspecto fundamental. Así, pese a la prédica constante en contrario, muchos de quienes conforman su entorno las ven como asexuadas, como niños eternos.
Antes de continuar, resulta necesario hacer una distinción importante. La negación de la sexualidad de las personas con discapacidad reconoce una suerte de gradación. En efecto, aquellas que presentan algún problema físico (amputación, malformación, sordera, ceguera, etc.) parecen poder disfrutar de su sexualidad (más allá de cierto resquemor pseudoesteticista), aunque en el caso de parapléjicos o hemipléjicos con compromiso cerebral ello no es tan así.
Por otro lado, aquellos que ven disminuidas sus capacidades mentales son los más perjudicados, puesto que es a ellos a quienes se les adjudica esa condición de ángeles que no piensan en el sexo. Cuanto más profunda sea la afectación, menos deseo, aparenta la fórmula.
Incluso se llega a creer, como manifiestan muchos padres, que intentar algún tipo de educación sexual en estos casos traería más inconvenientes que beneficios. Esto produce varios problemas serios.
Por un lado, se deja a quien llega a la pubertad en un desconocimiento de lo que ocurre en su cuerpo y en su psiquis, lo que puede derivar en conflictos psicológicos de importancia. Por otro, se los hace más vulnerables ante los abusos sexuales, puesto que, como no saben de qué se trata, quedan a merced de los abusadores.
Otro de los inconvenientes que provoca tratarlos como niños y no referirse al tema de las manifestaciones sexuales es que, nuevamente, la ignorancia sobre ello puede (y de hecho suele) llevar a conductas públicas inadecuadas al respecto, lo que, obviamente, apareja situaciones conflictivas.
También la falta de comunicación puede conducir a que se contraigan enfermedades y se llegue a embarazos no deseados y, asimismo, una restricción a la libertad de decisión acerca del propio cuerpo.
Por todo ello y por respeto a la dignidad humana de la persona, no solo es conveniente sino necesario hablar sobre sexo en términos claros y comprensibles para cada uno de ellos, de acuerdo con las creencias familiares y sociales, contestando las preguntas que surjan en el momento, sin dilaciones y, sobre todo, teniendo en cuenta que es imprescindible que se respete la independencia de la persona, en la medida de lo posible.
Las personas con discapacidad están sexuadas: son él o ella, no un ente amorfo. Y, como tales, deseos, precisamente porque viven en y son parte de una sociedad, más allá de aspectos discriminatorios persistentes, y por el mero hecho de ser personas.
Respecto de esto, es muy frecuente que se les niegue ese aspecto fundamental. Así, pese a la prédica constante en contrario, muchos de quienes conforman su entorno las ven como asexuadas, como niños eternos.
Antes de continuar, resulta necesario hacer una distinción importante. La negación de la sexualidad de las personas con discapacidad reconoce una suerte de gradación. En efecto, aquellas que presentan algún problema físico (amputación, malformación, sordera, ceguera, etc.) parecen poder disfrutar de su sexualidad (más allá de cierto resquemor pseudoesteticista), aunque en el caso de parapléjicos o hemipléjicos con compromiso cerebral ello no es tan así.
Por otro lado, aquellos que ven disminuidas sus capacidades mentales son los más perjudicados, puesto que es a ellos a quienes se les adjudica esa condición de ángeles que no piensan en el sexo. Cuanto más profunda sea la afectación, menos deseo, aparenta la fórmula.
Incluso se llega a creer, como manifiestan muchos padres, que intentar algún tipo de educación sexual en estos casos traería más inconvenientes que beneficios. Esto produce varios problemas serios.
Por un lado, se deja a quien llega a la pubertad en un desconocimiento de lo que ocurre en su cuerpo y en su psiquis, lo que puede derivar en conflictos psicológicos de importancia. Por otro, se los hace más vulnerables ante los abusos sexuales, puesto que, como no saben de qué se trata, quedan a merced de los abusadores.
Otro de los inconvenientes que provoca tratarlos como niños y no referirse al tema de las manifestaciones sexuales es que, nuevamente, la ignorancia sobre ello puede (y de hecho suele) llevar a conductas públicas inadecuadas al respecto, lo que, obviamente, apareja situaciones conflictivas.
También la falta de comunicación puede conducir a que se contraigan enfermedades y se llegue a embarazos no deseados y, asimismo, una restricción a la libertad de decisión acerca del propio cuerpo.
Por todo ello y por respeto a la dignidad humana de la persona, no solo es conveniente sino necesario hablar sobre sexo en términos claros y comprensibles para cada uno de ellos, de acuerdo con las creencias familiares y sociales, contestando las preguntas que surjan en el momento, sin dilaciones y, sobre todo, teniendo en cuenta que es imprescindible que se respete la independencia de la persona, en la medida de lo posible.
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