Puede que de todos los posts que he publicado este sea uno de los mas arriesgados, quienes me siguen saben que no me limito a la hora de escribir.
Vuelvo una vez más a recordar el post que no fue y uno de ellos fue el que dio origen a éste, que en su titular lo dice todo. Cuando hablé acerca de la discapacidad laboral dije un poco lo que pienso a este respecto.
En la era del selfie, y de lo políticamente correcto, atreverse a decir que existe una mentira muy grande en las intenciones de algunas entidades a la hora de tratar con personas con discapacidad es dar un paso muy grande, pero necesario.
Se transmite un mensaje a la población en el que se dice que una persona con discapacidad es feliz trabajando y se llega hasta ahí, claro, ahí es donde está el negocio.
Los llamados Centros Especiales de Empleo (C.E.E.) cumplen una función social muy importante, puesto que brindan oportunidades laborales a personas que de no ser por la existencia de éstos tendrían muy difícil el acceso al mercado laboral. Hasta aquí bien, pero hecha la ley…
Muchos de estos C.E.E. con el tiempo han empezado a parecerse más a empresas corrientes, alejándose de la función social que deberían realizar, así es como articulando la ley a su favor suceden cosas que se alejan mucho de la imagen ofrecida a la sociedad.
Podría empezar mencionando la precariedad salarial, donde los sueldos mínimos se encuentran por debajo del mínimo interprofesional, un sistema de trabajo de chinos, en el que es prácticamente imposible progresar tanto salarial como profesionalmente, me refiero a sitios donde se roza la explotación laboral y la coacción, donde quejarse puede significar la expulsión del centro de trabajo. Sitios que actúan de manera vampírica, donde a las personas se las encierra en guetos, lugares que en vez de parecer centros de trabajo se asemejan a centros de contención; donde la impostura es rendir pleitesía a cambio de lo poco que se recibe.
En el sistema de los C.E.E. se envía a las personas a trabajar en un puesto concreto sin importar las capacidades y en ocasiones poco importa el tipo de discapacidad cuando se trata de llenar una vacante en una línea de producción.
También podría mencionar a una importante organización nacional que en la publicidad se muestra de brazos abiertos mientras que en la realidad si no se llega a un objetivo de ventas se despide a la persona, da igual su discapacidad o su necesidad, importan los números. Haciendo referencia a la palabras nacional y españoles en su siglas, debo acotar que si no se es un discapacitado nacionalizado español, no se le atiende.
También quisiera mencionar a una entidad que ofrece trabajo y residencia a sus afiliados, a los que se descuenta de la pensión de los mismos una importante suma de dinero por los servicios ofrecidos y apenas se les abona 25 € mensuales por su trabajo. Si este no es hacer negocio…
Pero hay más, así como la ley permite la implementación de centros especiales de trabajo, también existen centros de día y recidencias; en su mayoría se financian con un sistema de ingresos mixto, una parte la abonan los residentes (de su pensión) y otra los diferentes ayuntamientos, diputaciones o comunidades autónomas. El funcionamiento de estos centros es lo más parecido a una cárcel, horarios para despertar, para asearse, para desayunar, para realizar actividades, para comer, para cenar e incluso para dormir.
A esto habría que añadirle la falta de intimidad que padecen las personas (sistemas de puertas abiertas, habitaciones compartidas, dar explicaciones de lo que se hace), una restricción de horarios que dificulta incluso a personas que quieren estudiar o hacer vida social y no pueden por este tipo de normas.
La incompetencia profesional es otro atenuante, ya que se trata a las personas como a objetos.
Personalmente debo decir que solo conozco a una sola persona que está a gusto residiendo en un centro, puesto que disfruta de una libertad excepcional en comparación con otras personas y esto se debe su principalmente a su carácter.
Está claro que para este tipo de entidades un paciente equivale a un cliente y un cliente es igual a dinero. Suma y sigue…
Uno de los efectos más devastadores de lo que yo llamo la era del selfie es la responsabilidad social corporativa (RSC) o responsabilidad social empresarial (RSE), sinceramente, cada vez que escucho sobre alguna empresa que implemente estas prácticas me invade un gran sentimiento de desconfianza. Ojo, hay empresas que desean cumplir una labor social importante involucrándose en el tercer sector y sus necesidad, conozco casos, pero no son la mayoría.
Detrás de la fachada de las siglas se encuentra el negocio de la mano de obra barata, una persona con discapacidad cobra un 15 % menos de sueldo que una persona sin discapacidad, además, las empresas reciben importantes beneficios fiscales, por lo que en resumen, un trabajador con discapacidad le sale a las empresas entre un 50 y un 60% más barato que un empleado ordinario. Lógicamente queda mucho mejor decir somos solidarios a decir somos avariciosos y para ganar dinero nos aprovechamos de lo que sea.
Uno de los grandes problemas de las empresas ordinarias es la falta de capacitación a su personal a la hora de trabajar con personas discapacitadas, me tocó vivir la experiencia de una encargada que decía a viva voz que no le gustaban los discapacitados, pero no solo me refiero a mandos intermedios, sino también a los departamentos de recursos humanos (podría decir mucho sobre esto, lo visto y lo vivido daría vergüenza ajena) y empleados de base, que en ocasiones maltratan a los compañeros con discapacidad. Pero es preferible para las empresas hacer oídos sordos a esta situación, no la desconocen, al contrario, pero les importa mucho el titular en los medios mostrándose solidarios.
Afortunadamente he visto tanto que ya es poco lo que me sorprende, pero como usuario activo de las redes sociales observo diariamente como entidades con nombres pomposos se entregan premios las unas a las otras y sonríen y de vez en cuando muestran a algún discapacitado, con apariencia de discapacitado, para que se note lo que hacen y la persona común, la que está ajena a todo esto crea en la falsa buena voluntad.
Lamentablemente dentro de esta dinámica a las personas discapacitadas se les hunde la moral, se les machaca la autoestima, no se prima el desarrollo, ni se favorece la independencia (personal y económica), se les ata para que no les queden más opciones que seguir dentro ese círculo vicioso donde se habla mucho de recursos y poco de humanos.
Hay unos pocos que se llenan los bolsillos gracias a las necesidades del 10% de la población española y a esas personas no les importa que los discapacitados avancen, que salgan del encierro al que les tienen sometidos, solo les importan los números, seguir haciendo negocio. Dale que va…
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