FERRAN SENDRA
Dos personas con movilidad reducida acceden a un ascensor en el metro de Barcelona.
LUNES, 29 DE FEBRERO DEL 2016 - 09:21 H
Es normal que al hablar de un discapacitado, minusválido y todas sus variantes aparezca en nosotros una mezcla de sensaciones entre pena, compasión e incluso empatía, y he de admitir con gusto que, en la mayoría de ocasiones, con buena intención.
Hace poco tuve la gran suerte de asistir a una conferencia del pianista invidente Fernando Apán, que además de natural y con sentido del humor, fue inspiradora en tanto que pronto empaticé con él. Sí, yo también soydiscapacitado; sí, yo también creo que no hay mejor forma de abordar este tema que con naturalidad. La naturalidad con la que cojeo mientras sonrío, con la que me tropiezo y disimulo, la naturalidad con la que hablo sin ningún problema de algo que para mí sin lugar a dudas ha tenido más de positivo que de negativo.
Echando la vista atrás, supongo que nací como todos los niños, con aproximadamente tres kilos de peso, unos 52 centímetros de largo, quizás un poco más morado de lo normal, ya que estuve 12 horas intentando salir y con demasiadas ganas de ver el mundo. Una vez fuera resultó que tenía una enfermedad, espina bífida. Me llevaron a la incubadora, y allí yo era el jefe, rodeado de prematuros pequeñajos me debí sentir como el hermano mayor, sensación que experimentaría de por vida con mi hermana pequeña. ¿Por qué estaba yo allí? La respuesta, lejos de ser complicada, era que necesitaba pasar por el taller por primera vez, y digo primera, porque luego vendrían unas cuantas más. Luego vendría el primer gran reto: empezar a andar. Y si bien no fui el más rápido, pronto aprendí a valorar qué camino era el más corto y cuál me llevaría más directamente a mi destino, lo que seguramente fue una ardua tarea me serviría después para saber tomar buenas decisiones.
Pasó algún tiempo y me tocó ir al colegio, y cómo entender el colegio sin los partidos de fútbol en el recreo, y vale, reconozco que no era el más rápido por la banda, pero sí uno de los mejores colocándose en el campo, quizás eso me ayudó a entender cuál era mi lugar en el mundo. Pasó el colegio y llegó la universidad. Mentiría si dijera que no tuve miedo de salir de mi círculo, hacerme de nuevo un sitio en un entorno hasta ese momento para mí desconocido, y allí me encuentro, viviendo una experiencia muy positiva no solo por lo amplio e integral del tiempo universitario sino, sobre todo, por la gente con quien compartirlo.
Como he dicho, mi discapacidad es física e indudablemente ha influido en mí, no sería el mismo si no hubiese vivido lo que he vivido, pero ¿alguien es ajeno a sus circunstancias? ¿No todos somos lo que somos por lo que hemos vivido? Es por ello que me siento orgulloso de tener una peculiar forma de andar y una interesante manera de conducir y aunque, como es evidente, yo no elegí vivir así, no me imagino viviendo de ninguna otra forma. Poco sé de lo que es vivir la vida, tan solo llevo practicando 18 años, pero si algo he aprendido es que vida solo hay una, y las personas tenemos diferentes aptitudes, pero que lo más importante es la actitud con la que decidas vivirla, es tu vida, es tu momento, potencia tus fortalezas, adáptate a tus circunstancias, no te quejes, es tiempo perdido, y sobre todo, aprende a reírte de ti mismo.
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