Hace poco vivimos el día de los cuidadores, un día que, para mi sorpresa, pasó desapercibido para la mayoría, y me explico: Viviendo como vivimos en una sociedad, no ya sin cohesión social, si no descuartizada desde el punto de vista social, en una situación de desesperanza generalizada, con recortes devastadores e injustificables en los sistemas de protección social, con un desempleo que ahoga y mata almas y con una pobreza cada vez más evidente y generalizada, la reivindicación y defensa de todo lo que signifique defensa de la dignidad de quienes peor lo están pasando no esté en la boca de todos y todas en cada momento, y que, en ocasiones como la citada, el día de los cuidadores, no salgamos a la calle todos y todas a gritar contra los políticos ineptos y mediocres que nos están robando el alma, las fuerzas y la paciencia.
Me niego, en este artículo, a sacar cifras y datos. Me niego a sobreponer las cifras a la realidad, porque normalmente, esas cifras suelen servir como telón cómplice para continuar usando la guillotina contra los derechos sociales. Sólo hablaré de personas.
Personas como Manuel, de 90 años, afectado de Alzheimer, que es usuario de Ayuda a Domicilio y que sin ella, no tendría posibilidad alguna de garantizar su dignidad, aún cuando ya no es consciente de ella. La chica que acude como Auxiliar, se llama Sara, tiene 32 años y tiene dos hijos. Este trabajo, según cuenta, le ha devuelto la dignidad, las ganas de luchar y le ha dado la oportunidad de hacer algo grande por quienes “necesitan las manos de quienes aún las podemos apretar”, como ella dice entre lágrimas. Se siente feliz, satisfecha y plena, por ayudar a Manuel y proteger su dignidad.
O personas como Andrés, que pelea todos los días por su hija, Andrea, de 9 años y con parálisis cerebral, afirmando que, de no ser por el centro que la atiende a diario, por los logopedas, por los fisioterapeutas, por los “asistentes sociales” como él nos llama a los trabajadores sociales, su hija no tendría el futuro que sí que tiene ahora.
O como Concha, de 78 años, que vive en una residencia “muy limpia y agradable”, como ella me la definió y donde es feliz; me parece ya por si mismo, suficiente argumento para que no se tambalee el sistema. Además, como dice Concha, su nieta trabaja en la ayuda a domicilio y ha llevado un sueldo a su casa después de 3 años, cuando su marido, albañil, perdió su empleo debido a la crisis.
Todo esto, es lo que está pasando, todos los días. Podríamos haber dado el número de personas dependientes, el número de servicios… pero no contaríamos las vidas, los sentimientos y los sufrimientos.
Y mientras, cinismo, corrupción, desapego… siempre dicen que los ciudadanos nos hemos separado de la política, pero más bien, lo que está ocurriendo es que la política se ha separado de los ciudadanos. Cuando, en una situación de emergencia social, nuestros gobernantes recortan en protección social bajo la premisa de que “no hay dinero”, pero por otro lado, descubres casos de corrupción y fraude mastodónticos, cuando menos, la ciudadanía tiene derecho a tener reparos frente a la política.
No se trata, como advirtió Platón, de desentendernos de la política, si no de que “los políticos” se han desentendido de nosotros, de que la política ya no nos entiende y, lo peor de todo, no parece tener interés en hacerlo.
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