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Hace casi más de veinte años, siendo una maestra principiante, tuve el privilegio de atender a un grupo de primer grado de educación primaria; era un grupo maravilloso, de los mejores que he tenido. Jugábamos, reíamos mucho, y los niños aprendieron a leer, a sumar, a restar y todo eso que aprendes cuando tienes seis años.
Educar un niño con discapacidad física
Ese grupo sigue siendo muy significativo para mí porque fue la primera vez que tuve a mi cargo a un pequeño con discapacidad intelectual (al que se le llamaba "retraso mental") entre mis estudiantes. Al tercer día de clases, muy temprano y antes de que llegara el grupo, la mamá de uno de mis pequeños se presentó en el salón y muy molesta me pidió que retirara del grupo al niño con discapacidad (a quien en este artículo llamaré Juanito).
La señora me argumentaba con vehemencia que no era sano para alumnos tan jóvenes estar expuestos al "mal ejemplo" de Juanito, pues era desagradable a la vista y podría impresionarlos y provocarles algún tipo de trauma. Aún recuerdo estar escuchándola y no poder entender lo que me decía; yo traté de explicarle todo lo bueno que sería tener a Juanito en el salón, pero la señora insistía, hasta que finalmente dijo: "A mi hijo le dan miedo las personas diferentes" y enérgicamente terminó, advirtiéndome que de no retirar a Juanito ella sacaría a su hijo del colegio y se fue, dejándome literalmente con la palabra en la boca, pensando en que era claro que ella no sabía cómo convivir con personas con diferentes capacidades.
El don para encontrar su propio camino, y mostrarlo a los demás
Esa misma mañana hablé con mi directora y le comenté el incidente, e incluso le manifesté mi propio temor de no estar preparada para atender y educar a Juanito; ella, una mujer mayor, solamente dijo: "No te preocupes, Juanito nos mostrará el camino, siempre es así con los niños como él".
Mis primeros quince días fueron bastante agotadores porque yo quería hacer todo por mí misma, hasta que un día, en la hora de recreo, la directora me dijo: "Mira a Juanito, ¿qué es lo que observas?". Él, en su silla especial, estaba bajo el árbol donde yo lo había dejado; veía a los niños correr, sonreía al verlos pasar y movía las manos como queriendo decir: "¡Hey! ¡Aquí estoy! También quiero jugar". Así que terminando el recreo me dediqué a platicar con mis niños. Si bien ya les había hablado de la especial condición de nuestro compañero, nunca me había tomado el tiempo para resolver sus preguntas, ¡tenían muchísimas! Y luego los presenté: cada uno pasó frente a Juanito, a quien le dieron la mano mientras le decían su nombre.
Posteriormente, todo comenzó a fluir con facilidad: se organizaban entre ellos para llevarlo a "correr" o a jugar futbol; al principio lo dejaban en la portería y Juanito avanzó tanto que se convirtió en el máximo goleador del grupo, pues le ponían el balón en su regazo y lo llevaban en hombros a meter el gol. Los días que hacíamos manualidades Juanito salía del salón pintado y más de una vez su silla cambió de color. Juanito se convirtió en el niño más popular y casi cada semana recibía una invitación a alguna fiesta infantil, aún de niños que no eran de su grupo. El año terminó, la mamá que me había reclamado no retiró a su hijo, pues, como cosa del destino, Juanito era el mejor amigo de su niño.
El amor y la inocencia de los niños discapacitados, nos hacen más humanos
Los niños siguieron avanzando y Juanito se quedó en primer grado durante doce años más. Sus compañeros de antaño ahora eran adolescentes y, junto con sus madres, volvían de vez en vez a visitar la escuela y a Juanito. También yo me fui de la escuela y solo regresé el día en que me avisaron que Juanito había muerto. Su frágil cuerpo finalmente tenía descanso. El día de su funeral había cientos de personas y entre ellos, muchos de mis queridos niños.
Podría contarte durante horas todo lo vivido, pero solamente quiero compartirte mi más valioso aprendizaje al trabajar con niños tan especiales: no les tengas miedo y nunca transmitas a tus hijos temor, rechazo o prejuicios contra ellos. Si te das la oportunidad de acercarte a un pequeño "diferente" o a sus padres, descubrirás un mundo lleno de amor, de inocencia, de esfuerzo y sacrificio. Y no desearás privar a tu hijo de esa experiencia que hará su vida mucho más dulce y humana.
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