jueves, 8 de mayo de 2014

DEPENDIENTES

ANTONIO BURGOS

Día 07/05/2014
Salías del ascensor y se te echaban encima las dependientas en tropel preguntándote si te estaban atendiendo
NI los creadores de moda ni los de las Bellas Artes. No hay nada más creador que el lenguaje. Como la materia, las palabras no se crean ni se destruyen, se transforman. Como el significado de la voz «dependiente». Hasta ahora un dependiente era el empleado de un comercio que atendía a los clientes a pie de mostrador. Y bien solícita y amablemente. Evoco una Sevilla de comercios en la calle Francos, de Los Caminos, de La Nueva Ciudad, con sus dependientes de toda la vida, que las clientas no solo conocían por su nombre, sino que a cada una la atendía siempre el mismo. Cada señora tenía su dependiente particular. Llegaba, se sentaba en una de las sillas que había junto al largo mostrador y otro dependiente le decía:
–Un momento, señora, que ahora mismo viene García.
Todos los dependientes sabían que aquella señora la atendía García. Como a mi madre en la Ferretería La Llave, que era como un museo de niqueladas maravillas, la atendía siempre Bautista. Bautista era en casa sinónimo de ferretería. Dependientes maravillosos que sabían los gustos y necesidades de cada clienta. Formados en la casa. Eran más de la casa que el dueño. Muchos habían entrado de aprendices, internos. Sí, los grandes comercios tenían dormitorios y comedores para sus empleados, que allí aprendían el oficio hasta que muchos de ellos se establecían por su cuenta en los barrios o los pueblos.
Esos dependientes ya no existen. Ahora dices «dependiente» y la gente nunca cree que estás hablando de uno como García o Bautista, sino de un señor de edad en silla de ruedas con un poquito de Parkinson, o de una señora mayor con la cabeza perdida la pobre. Con estos dependientes que no despachan nada ni están colocados en comercio alguno fue con los que ZP se hartó de hacer demagogia. Y hasta promulgó una Ley de Dependencia, cuyo nombre, como la noche a Dinio, me confunde. Para mí la dependencia eran los empleados de cada uno de aquellos comercios excelsos. Los actuales dependientes eran antes «impedidos» o «inválidos», palabras ya borradas del mapa. Hasta había «Procesiones de Impedidos» para el cumplimiento pascual de los inválidos, como una Ley de Dependencia a lo Divino. Gracias al desastre del gobierno de ZP, ya no hay ni inválidos ni impedidos: todos dependientes. Están igual de desasistidos y de incapaces, pero tienen una ley que es un portento. ¡Cómo se le puede tirar en la cara al PP!
A mí me parece muy bien que se dé toda la atención posible a los que dependen de otros para su vida cotidiana, y cortas juzgo todas las ayudas. Pero, por favor, señores dueños de grandes almacenes y de híperes: no se olviden de los otros dependientes, de los de toda la vida, de los que despachan y atienden a los clientes. Cada día es más difícil encontrar una dependienta que te atienda en esas plantas del Cortinglés. Donde antes salías del ascensor y se te echaban encima las dependientas en tropel, preguntándote si te estaban atendiendo. Los dependientes deben estar ahora atendiendo a los otros dependientes, porque no hay quien encuentre uno, don Isidoro Álvarez. Cuando encuentras a uno, está atendiendo a una señora y te manda a... ¡hacer cola en una caja hasta que se quede libre alguno! Y en Carrefour y Alcampo, ni te cuento. Yo creo que, salvo las cajeras, en esos híperes no hay nadie colocado. Han conseguido que no haya un solo dependiente a quien preguntar dónde logroño está la mermelada. Y cuando te encuentras a uno uniformado, ves el cielo abierto y le preguntas por la mermelada, muy cabreado te dice:
–No sé, no soy de aquí, yo soy el reponedor de Danone.
En el Cortinglés, Alcampo y Carrefour he llegado a una conclusión: ya no hay más dependientes que los impedidos a quienes Servicios Sociales les manda un chico para que los cuide. La Ley de Dependencia no solo vació de contenido la palabra. Acabó con los dependientes de toda la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario