jueves, 22 de mayo de 2014

Desde el lomo de un caballo

La equinoterapia permite que los pequeños se relajen y asuman el tratamiento como un juego. Foto: Ricardo López Hevia
Aunque Saúl tiene dificultades para hablar ello no le impide decir cuánto le gusta la compañía de Ángel. Saúl es un niño con síndrome de Down. Ángel es un caballo con ascendencia de razas árabes e inglesas, que a menudo lleva en su lomo al pequeño cuando recibe sesiones de equinoterapia.
Saúl demuestra a los periodistas, que participan en su frecuencia de los lunes, los ejercicios que realiza encima del animal, “buenos” para aliviar el dolor de columna, producto de la es­coliosis que padece. Afuera esperan su padre y sus hermanas, quienes hace siete meses decidieron atenderlo en el Centro de Rehabi­litación Ecuestre para personas con discapacidad Hugo Rafael Chávez Frías, ubicado en el recinto ferial de Rancho Boyeros e inaugurado en septiembre del pasado año.
“Desde que lo traemos se ha motivado muchísimo, está un poquito más independiente, le decimos que mientras más cosas se haga el solito, más vueltas en el caballo va a dar”, reconoce Surami Macías, una de sus hermanas.
Sergio Macías ha notado algunas mejorías en su hijo en cuanto a la posición de sentarse, pues antes se encorvaba muchísimo. Además —prosigue— a veces se comportaba agresivo, ahora está más calmado.
Pero Saúl no solo da muestras de mejoras en su salud física, gracias a la combinación de la equinoterapia con métodos psicopedagógicos, también se evidencian progresos en su aprendizaje. “Aunque asiste a la escuela martes y jueves, llegó con muchas lagunas que ya podía haber vencido. Aquí aprendió a automatizar colores, figuras geométricas, números, partes del cuerpo…”, indica la  defectóloga  Odalis Santos.
EL CABALLO ES EL “ENGANCHE” EMOCIONAL
La equinoterapia se basa en el empleo de caballos para la rehabilitación física y emocional de personas con discapacidad y con necesidades educativas especiales. De esta forma, niños y adultos con trastornos psíquicos y físico-motores, autismo, síndrome de Down, pa­rá­lisis cerebrales y problemas de concentración (entre otras patologías) pueden beneficiarse del tratamiento.
“Es una terapia complementaria a la de rehabilatación convencional —comenta Jorge Velásquez, director del centro—; el caballo no es mago ni se hacen milagros con él, se aprovechan sus potencialidades. La marcha del animal imprime en los músculos de la persona ciertos movimientos que estimulan los miembros afectados”.
Yisel Moreno, fisioterapeuta de la entidad, apunta que con el uso del caballo también se favorecen el equilibrio, la autoconfianza y la atención de los pacientes pues “al montar deben estar bien concentrados en lo que ha­cen porque pueden correr el riesgo de caerse. Desde esta especialidad se hace lo mismo en el lomo del animal que en un colchón terapéutico”.
La temperatura corporal de los equinos (38 grados) es otro de los elementos que se aprovechan, pues permite sustituir el trabajo que se realiza en las salas de rehabilitación y policlínicos con lámparas y rayos infrarrojos.
Para los infantes, de seguro, la mejor ventaja resulta la parte lúdica, la posibilidad de trotar por unos minutos sobre un magnífico animal; libres de la tensión psíquica que pueden crear los hospitales.
De acuerdo con la logofoniatra Maidolis No­darce, “más del 90 % de los pacientes vienen con problemas de comunicación. Lo primero es estimular el lenguaje, utilizando sobre todo al animal, si el niño está montado en el caballo se le hacen preguntas relacionadas con el medio circundante, los colores que observa, etc”. El caballo es el enganche emocional.
Los entrenadores del lugar afirman que el mejor ejemplar para la equinoterapia es el cuarto de milla, raza muy fuerte, de lomo ancho y de carácter muy noble, ideal para el trabajo con niños. No obstante, antes de los encuentros deben ser ejercitados para que gasten energía y evitar así el riesgo de accidentes.
El centro de rehabilitación utiliza cinco ca­ballos con estos fines, aunque puede disponer de todos con los que cuenta la Feria de Rancho Boyeros. “Lo fundamental para desarrollar esta actividad son los caballos y que estos estén ubicados en un lugar donde reciban todo lo que necesitan. Las demás cosas se confeccionan: tarjetas, juguetes y otros métodos de aprendizaje”, agrega Santos.
Está estipulado que el tratamiento tenga una duración de tres meses con dos frecuencias a la semana, pues en ese tiempo los avances van en curva ascendente, pero luego de esta etapa los niños necesitan un descanso, argumenta esta especialista.
“Cuando los padres de los niños ven resultados, se entusiasman, y al enterarse de que es por tres meses nos preguntan ‘¿No pudiera ser un poquito más?’ Entonces nosotros les rebajamos la frecuencia. Saúl, por ejemplo, lleva casi siete meses, él recibía terapia dos días a la semana y se le redujo a uno. A él le encantan los caballos, sufre con no venir aquí”, refiere Santos.
Inicialmente estaba concebido que el centro funcionara a nivel municipal, pero en la actualidad recibe niños de disímiles lugares. Una vez que las personas muestran el interés de atender a algún familiar, los especialistas valoran si pueden recibir este tipo de tratamiento, pues no en todos los casos es posible. A partir de entonces, se orientan ejercicios de trabajo en dependencia de la discapacidad.
“Aquí hemos atendido alrededor de 102 personas entre adultos que han sufrido accidentes cerebro-vasculares; ancianos; niños de la escuela provincial de autismo; niños con problemas de concentración en el aula; adolescentes de centros de conducta que a través de la terapia psicopedagógica y con apoyo del personal orientador agropecuario han sido vinculados al deporte ecuestre.
“Algunos ya hasta pertenecen a equipos de rodeo juveniles. Les damos responsabilidades para que realicen trabajos de utilidad y se ganen el entrenamiento, y si persisten problemas de comportamiento en la escuela o la casa, les suspendemos el caballo y eso para ellos ya es algo grande”, acota Jorge Ve­lázquez, algo risueño, pues esta especie de “chantaje” emocional ha repercutido favorablemente en los resultados de los pacientes.
POR DONDE TODO EMPEZÓ
Dicen que poco se comprenden las situaciones de los otros hasta que no nos ponemos en sus zapatos. Tal vez esa fue la principal razón que motivó a Velázquez a crear el centro.
“Yo también soy discapacitado, debido a un accidente de tránsito permanecí en una silla de ruedas hasta el 95, año en que me operaron. Mejoré mucho, pero me quedó una pierna semimuerta.
“Esta ha sido mi manera de retribuir la atención que se me dedicó. Me costó años poder consolidar el centro, lo logré con el apoyo de diferentes entidades y hablando de la necesidad de hacer esto por la cantidad de discapacitados que tiene el municipio de Boyeros”, comenta.
Desde entonces ha puesto sus conocimientos sobre caballos (porque es criador de animales por oficio) y muchos otros que ha debido adquirir, en función de coordinar el proyecto y sumar especialistas que lo secunden en esta tarea.
“Pude reunir un equipo de profesionales (16) que está aquí en prestación de servicios, es decir, a todos ellos les paga su centro primario. Para incorporarse pasan un curso de preparación”, expresa.
A menos de un año de creado, este lugar fue sede del III Taller Internacional de Reha­bi­litación Ecuestre, como parte del III Congreso NeuroRehabana 2014, el pasado mes de marzo.
“Los principales temas abordados fueron las universidades públicas y la equinoterapia na­cional e internacionalmente.
Nuestro centro fue halagado por todas las delegaciones de los países que participaron, no se cogió ningún error, las demostraciones académicas se hicieron a la perfección, se demostró que desarrollamos un tratamiento a la altura del primer mundo”.
Y mientras este lugar continúa consolidándose, niños como Saúl siguen cargando con sus sombreros (muy a tono con el paisaje ecuestre) pues desde el lomo de un caballo, la perspectiva se ve muy diferente para ellos.

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