Una pontevedresa ciega a causa de una enfermedad adopta a una niña discapacitada
de la República Dominicana
María José Freire Franco, Sisi, dejó con 27 años -ahora tiene 46- su Estribela natal para iniciar en Barcelona una prometedora carrera profesional en el sector de la hostelería. Es una mujer muy vitalista, con un optimismo arrollador, capaz de superar el infortunio de su ceguera y encontrar la felicidad plena al lado de Sofía, una niña dominicana de tres años con una discapacidad profunda a la que está sacando adelante con la ayuda de Golfillo, un pequeño can de palleiro, fundamental en sus vidas, que les hace de guía. Después de trabajar durante cinco años en la Ciudad Condal en diversos restaurantes y hoteles, aterrizó en Tenerife, donde completó su formación como técnica de Turismo y ejerció como directora comercial de cadenas hoteleras. Hasta que hace cuatro años, una enfermedad ocular hereditaria, agravada por una infección previa, la dejó ciega. «Mi mundo entonces se vino abajo, mi vida profesional se truncó y pasé de viajar constantemente por Europa y de dirigir hasta cuatro empresas de servicios turísticos a no valerme por mí misma y a prácticamente no existir», cuenta. Sisi sufrió un shock traumático y cayó en una profunda depresión de la que le ayudaron a salir sus vecinos canarios cuando le regalaron a Golfillo y pudo salir de nuevo a la calle.
Un día un amigo le propuso por Skype desde Irlanda irse de vacaciones a la República Dominicana y la puso en contacto con una persona que trabajaba allí en una oenegé. «Yo no tenía nada que perder y allá me fui». Fue así como contactó y comenzó a colaborar con el Proyecto Roberto en Boyá (Monte Plata), dedicado al acogimiento de niños huérfanos que deambulan por calles. En aquel orfanato, donde Sisi organizó una escuela y daba clases a los pequeños, una madre entregó a una bebé de 11 meses que apenas pesaba tres kilos y estaba prácticamente en estado vegetativo. Era una niña y se llamada Estrella de los Santos -hoy su pequeña Sofía-. «Su estado era terrible, era ciega, no oía, sufría convulsiones... Y requería unos cuidados que nosotros no podíamos darle», relata. Pero, pese a todo y aún sabiendo que difícilmente sobreviviría, decidió responsabilizarse y hacerse cargo de la criatura.
Viacrucis
Ahí comenzó su primer viacrucis de hospital en hospital para que la atendieran, recorriendo cientos de kilómetros de Santo Domingo a Monte Plata, hasta que consiguió un diagnóstico fiable. La niña padecía el Síndrome de West. «Llegó un momento en que comprendí que allí no la iban a tratar, que se iba a morir, y emprendí otro viacrucis para conseguir los papeles necesarios para poder traerla a España». Las vicisitudes e incluso situaciones personales de peligro por las que tuvo que pasar para conseguir su objetivo fueron innumerables. Por fin, con el apoyo del Departamento de Menores de aquel país y del cónsul de España, logró que un tribunal dominicano le diera -desde el principio con el consentimiento de la madre biológica-, la guarda y custodia de la niña. Sisi regresó con Sofía a Tenerife en junio del pasado año y allí comenzó la tramitación de su adopción por razones humanitarias, pero sus problemas burocráticos continuaron. En cinco ocasiones le denegaron la tarjeta de la Seguridad Social para la niña, consiguiendo en todo caso que la ingresaran en el Hospital de la Candelaria y la vieran todos los especialistas posibles. Cuenta que el Fiscal de Menores de Tenerife fue su uno de sus «ángeles» y en mayo de este año consiguió que le dieran el acogimiento familiar permanente, como preadopción, así como el permiso necesario para venirse a vivir a Pontevedra. «Allí estábamos muy aisladas y las condiciones de accesibilidad de esta ciudad son mucho mejores para mi y para la niña», explica.
Sofía tiene un 99 % de discapacidad y su mejoría desde que llegó ha sido sorprendente. Acude diariamente al centro de Amencer y recibe toda la atención médica que precisa en el Complejo Hospitalario de Pontevedra. Su madre de acogida reinició aquí los trámites de adopción y espera conseguirla en seis meses. «Ambas nos salvamos la vida mutuamente», repite sin dejar de abrazarla ante la atenta mirada de Golfillo, fundamental también en la recuperación de ambas.
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