Que el deporte pude ser una magnífica plataforma para impulsar la inclusión de las personas con síndrome de Down es algo ya conocido. Y de entre los deportes, el rugby está destacando en nuestro país como exponente del deporte inclusivo, y como uno de los que más valores transmite: compañerismo, trabajo en equipo, solidaridad, sacrificio y capacidad de esfuerzo…
Por eso DOWN ESPAÑA se ha volcado con el proyecto ‘Unión por el rugby inclusivo’, en el que participan diversos clubes de rugby de todo el país.
Y es precisamente en uno de estos clubes, el Club de Rugby San Isidro, donde se ha originado un precioso y emotivo testimonio en forma de carta que está tocando muchos corazones. La firma Mónica Estacio, mamá de Isaac, un niño con síndrome de Down de apenas 6 años, pero sobre todo un joven jugador de rugby que con su empeño y ganas de comerse el mundo se ha convertido en todo un ejemplo para su compañeros:
“Antes de la llegada de Isaac a mi vida (un niño con trisomía 21, el popularmente conocido síndrome de Down), el tiempo pasaba rápido, veloz, in extremis por mi ojos. En mi vida, ligada a la medicina de emergencias y catástrofes en cooperación internacional, he sido entrenada para esta velocidad. Mi mente volaba y, en apenas un suspiro, veía la necesidad de la gente y la transformaba en recursos.
Hoy y ahora, ya algún año después, viajo entre dos tiempos.
Mi yo interno sigue corriendo, deseando llegar a todos lados, realizando guardias interminables de 24 horas alternando con mi faceta de madre de familia numerosa y mis fuertes y contundentes deseos de inclusión.
Hoy mi yo interno quiere gritar igualdad y equidad, como siempre lo ha hecho, pero con más motivos que nunca.
Desde que llegó el diagnostico de Isaac , hace ya 6 años, no he parado de leer, de escuchar, de hablar, de conciliar, de aprender, de ejecutar. Mi familia ha sido el mejor terapeuta y mi hogar, la mayor de las escuelas. Hemos transformado nuestras vidas y nuestra manera de pensar y actuar y hoy, mi yo interno, se encuentra más enriquecido, paciente y poderoso que hasta ahora. Hoy tengo un yo interno que, definitivamente, va en otro tiempo.
Hoy más que nunca creo en la inclusión, aunque aún no exista, y la palpo en las pequeñas cosas, aquellas que hacen elevar mi espíritu a alturas inalcanzables.
No hay integración en los colegios, mucho menos inclusión, apenas equidad y algo de respeto a los diferentes tiempos. Tras años de lucha y trabajo, te sueltan a final de curso un informe de copy-paste donde un ¨grupo de expertos¨ evalúa la capacidad cognitiva de tu hijo para justificar recursos de apoyo. Esos que tampoco son de apoyo, sino en su mayoría de segregación, porque se limitan a sacar a los alumnos de diferentes capacidades fuera del aula para no molestar, entre otras cosas. Y con ese mazazo de informe, echan por tierra, en apenas un minuto, todo tu esfuerzo e ilusión, todo tu empeño y fuerza. Son duras y frías palabras redactadas ¨para todos por igual¨ que lapidan tu vida.
Y en medio de este caos y siempre viviendo entre dos tiempos, aparece el Club de Rugby San Isidro, un club de familias, para las familias en pro del deporte inclusivo. Un campo, un balón y niños disfrutando, ¡es todo lo que quiero para mi hijo! Ya otros habían roto moldes anteriormente (cuánto se agradece ir detrás de vez en cuando: ¡Rafael eres grande! Nico, tú inmenso), por lo que llegué con fuerza y deseosa de ver resultados.
A Isaac le encanta el rugby. Sus piernas son rápidas y su cuerpo muy fuerte y se entrena para coger con soltura ese balón que parece estar siempre sonriendo y alegre, y por eso se le escapa. Observa a sus compañeros, estudia sus movimientos y aprende sus cánticos: “¡¡¡San Isi!!! Amasa amasa amasa…”
Algunas veces el esfuerzo físico necesario y la disciplina de la obediencia hacen que desconecte por unos minutos en busca de libertad y, es ahí, cuando monitores, ayudantes y familiares le invitamos a continuar con ilusión y empeño, sin dejar nunca de animarle.
A Isaac le gusta mucho pasar la pelota y hace el círculo con alegría buscando las manos de los compañeros con quien compartir el mejor de los juegos.
Hace muy poco, jugó su primer partido a lo largo de un torneo. Salió al campo por primera vez gracias a un entrenador inclusivo (Quique, gracias por tu empeño y convicción, lo lograremos) rodeado de tanta gente que se quedó abrumado, allí, en medio del campo, observando la oleada de visitantes y el tremendo ruido del ánimo y huyó de las multitudes… Se dedicó a observar, indagar, prepararse para su siguiente oportunidad que no tardó en llegar. Y ahí estaba él de nuevo, feliz, sonriendo, con un cromosoma de más, con un oído de menos y con sus pequeñas gafas de pasta naranja que le aportan una visión escasa que él hace muy grande. Cogió el balón, buscó a un compañero y, antes de que lo placaran, lo pasó, recibiendo una ovación de palmas desde el suelo tras ser derribado. “Arriba Isaac, ¡¡vamos!!”, grité desde el lateral…e Isaac se levantó sin perder su sonrisa y saludó al publico por sus palmas. ¡No se puede ser más grande, hijo!
El Club de Rugby San Isidro me ha devuelto la esperanza, las ganas de lucha, la visión de una mejor sociedad que deje lugar a todos.
Yo no pido que mi hijo brille por ser el mejor jugador del año, tan solo quiero que la luz que le hace brillar cada día y que ilumina a muchos de los que le rodeamos, sea vista por todos, en cualquier lugar, ante cualquier situación aunque no sea de alta potencia. No quiero que mi hijo sea jugador de élite, ni que haga ¨rugbyterapia¨; él tan solo quiere jugar rugby, aunque sea siempre entre dos tiempos.
Y ahí estaremos en la banda, lejos pero cerca para cuando nos necesites, porque ya he entendido que ahora vivimos en otros tiempos, en esos que aprecian el fresco del día, la intensidad de un atardecer, los colores de las flores, la tranquilidad de un paseo sin prisa; porque me has enseñado que, para apreciar las pequeñas cosas de la vida, debo bajar la velocidad y observar, tan solo escuchar, apenas mirar… con calma, sin prisas.
Porque en este otro tiempo que vivimos juntos, despertamos despacio con un “¡Buenos días!”, agarraditos, sonriendo, entrelazando las manos. Ahora vivo entre dos tiempos porque definitivamente me has enseñado a apreciar la vida.
Me has mostrado que con el rugby te sientes más fuerte y protegido por tus compañeros, y grande dentro de un campo donde todos son importantes y necesarios. Seguiremos adelante hijo, juntos, despacio, a tu tiempo.
Gracias Club de Rugby San Isidro por creer que es posible, gracias por dejarnos formar parte de vuestra pequeña gran familia. Os invito a todos a aprender a vivir entre dos tiempos. Porque la vida no va de cromosomas.
(Escrito en el tercer tiempo, entre desayuno y desayuno…)”
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