domingo, 31 de julio de 2016

Relaciones de Pareja y Sillas de Rueda

30/07/2016
Imagen del texto


Admito que, de todos los temas sobre los que he escrito en esta web, y en otras, este es el que más dificultad me supone. Tal vez sea por ser demasiado personal, o porque se vean implicadas otras personas, las cuales se pueden sentir, de algún modo, aludidas.

Pero creo que ha llegado el momento de que lo trate en este sitio, rompiendo un tabú que yo mismo me he dejado imponer, aun cuando se trata de algo tan natural como las relaciones de pareja, y su problemática en general.

No creo que exista una relación sin problemas. La imagen del cuento de hadas que nos venden en las películas no es real; y eso lo sabemos todos los que hemos tenido la “suerte” de vivir experiencias en este sentido. Y hablo de suerte, entre comillas, porque siempre hay alguien que se plantea si le merece la pena exponerse tanto, y arriesgarse a sufrir. Es respetable esta postura, pero opino que es renunciar a sentir una de las emociones que más nos definen como humanos, y que nos permite conocer una parte de nosotros mismos que, de otras formas, jamás aprenderíamos a reconocer.

Si bien, no existe el cuento de hadas en las relaciones donde ninguno de los miembros posee una dificultad, la situación se puede complicar mucho más cuando las dificultades están presentes, y se hacen necesarias una serie de cualidades que muchos/as creemos tener a priori, pero pocos logran demostrarlas en momentos clave.

Y no, no voy a ponerme de víctima en este texto. Me niego a asumir ese rol que tanto rechazo me ha causado desde niño. No soy ningún “pobrecito” muchacho que va por la vida dando pena, soy alguien que opta por ir sin escudo por la vida, asumiendo sus errores y pagando por ellos, porque es precisamente eso lo que me ha permitido aprender con las experiencias, y poder escribir esto basándome en ellas.

Veo claro que, cuando una relación no va bien, muy rara vez es culpa de uno solo. La propia definición de pareja indica que son dos los que intervienen en ella, y ambos parten con el 50% de responsabilidad en su éxito o fracaso. Si es cierto que luego, tras un tiempo, se pueden dar circunstancias donde este porcentaje cambie, pero saber reconocerlo sigue siendo cosa de ambos, y tener la valentía de admitir dudas en ese momento, es tan importante como saber entenderlas y aceptarlas.

No soy ajeno a las dudas que pueden surgir ante el planteamiento de comenzar una relación conmigo. Veo completamente normal este hecho, y asumo que supone una barrera complicada de superar, más si no se tiene la suficiente información sobre lo que se va a encontrar detrás. Ante esto, si veo interés, y me interesa (que también es importante) intento mostrarle sin tapujos mi realidad, mis limitaciones y capacidades, lo que puedo y no puedo aportarle, y mi comprensión, sin reproches, si decide no avanzar más. Considero que es una actitud lógica y justa, ante la cual siempre espero sinceridad. 

Pero las reacciones ante mi actitud han sido muy variadas. Algunas entendibles, otras no tanto. Con el tiempo he aprendido que debo desconfiar de aquellas que se muestran completamente seguras, y hasta muestran enfado por tratarlas como “niñas” que no saben dónde se meten, según me reprochan. Pero, ¿cómo pueden estar tan seguras sin antes haberse visto en una relación así? Es tentador tomarse esto como si de una novela romántica se tratara, creyéndose capaces de superar cualquier dificultad, sin importar el calibre de esta, solo por el impulso del amor que se describe en estas historias. Empujar mi silla puede resultar una imagen romántica y tierna, pero hasta que no lo tengas que hacer por necesidad, no podrás saber cuánto de romántico te resulta.

Otras, en cambio, han preferido explorar primero, para ver la realidad a la que se tendrían que enfrentar, siendo a veces muy directas en sus preguntas, tratando de saber lo máximo posible, antes de experimentarlo. Este planteamiento se puede ver como una actitud prudente y responsable, pero es difícil que surjan sentimientos partiendo de un comportamiento tan mecanizado. Las emociones no fluyen hasta que no seas capaz de aparcar tus dudas, las cuales no se disiparán hasta que los sentimientos hagan acto de presencia.

Es muy complicado dar con el equilibrio adecuado, el que permita que todo surja de forma natural y sin planteamientos previos, dejando que todo siga su curso. Pero, aun cuando esto sucede, no hay garantías de que la relación se llegue a consolidar, simplemente por las diferentes formas de reaccionar ante algo inesperado.

Tal vez esta visión pueda parecer la de alguien que ya está de vuelta de todo, cansado y que tiende a desconfiar de cualquiera que se le acerque mostrando interés, pero nada más lejos de la realidad. Es precisamente el haber vivido varias experiencias, y conocer todo lo que puedo llegar a sentir, y hacer sentir a la otra persona, pese a todos los impedimentos descritos, lo que me permite enfrentarme a esto tantas veces como sea necesario, con la seguridad del que ya conoce los entresijos del laberinto donde se mete, y sabe cómo rodar en él.


Siempre he tratado de buscar signos de valentía al conocer a alguien, pero no me refiero a ese valor heroico, lleno de palabrería y espavientos, pero poco útil en las batallas silenciosas, las más importantes. La valentía que busco es la que permite admitir que se tiene miedo, reconocer sus dudas y pedirme ayuda para intentar disiparlas. Es el valor de aquel que no trata de esconderse tras una imagen de falsa fortaleza, y es fiel a sí mismo y a lo que siente. Es poder reconocer la dificultad a la que se enfrenta y, aun así, intentarlo.

¡Y claro que es posible! No son pocos los casos reales que conozco, donde la voluntad y el esfuerzo invertido, han tenido su recompensa, logrando protagonizar historias que nada tienen que envidiar a las novelas. Y yo mismo, durante determinados periodos de mi vida, he vivido estas historias en primera persona. Todo es posible, si se desea con las suficientes ganas.

Al final, una relación satisfactoria es aquella en la que tu pareja, independientemente de las dificultades que esta posea, sea capaz de cubrir todas tus necesidades, tanto afectivas como físicas, haciéndote sentir plena y cómoda en esa relación. La clave estaría en saber reconocer cuáles son esas necesidades, y ver si entran en conflicto, o no, con las limitaciones presentes.

Considero que, todo lo que expongo en este texto, podría ser aplicable a cualquier relación de pareja, no es exclusivo de la discapacidad. Una relación siempre supone un reto complejo al que hay que saber enfrentarnos. Tener las capacidades y experiencia necesaria, nos ayudan en este terreno, pero tener claro lo que necesitamos, y el valor para ir a por ello, es imprescindible para tener éxito.

El haber podido aprender todo esto es, a mi modo de ver, todo un triunfo que me da una visión clara en estas cuestiones. Me ha permitido conocerme a mí mismo, y mejorar en aquellos aspectos que he considerado necesario, pero manteniéndome fiel a todo aquello que me definen y a lo cual nunca deberé renunciar.

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