“Mi padre es un superhombre”, dice Ángela Hitos Murillo, sin darse cuenta de que la que realmente tiene superpoderes es ella. Ha nacido para cambiar el mundo. Estudia primero de Ciencias Biomédicas en la Universitat de Barcelona, una carrera que exigió una nota mínima de 11,990 (sobre un máximo de 14) en la pasada selectividad. Quiere doctorarse y le apasiona la neurología. Tiene 18 años, una sonrisa preciosa y un brillante expediente académico.
Y una silla de ruedas eléctrica que pesa 150 kilos.
El viernes esperó infructuosamente cuatro horas en Sants para que un tren adaptado la acercara a l’Arboç, aunque la estación de esta localidad –a cinco minutos de su casa– tiene escaleras y otras barreras arquitectónicas. Por eso ha de ir a Vilafranca del Penedès o a Vilanova i la Geltrú, donde su padre la recoge en coche.
En realidad, su padre, Antonio, que es taxista, la lleva y la recoge todos los días en la facultad de Biología, al lado del Camp Nou. Eso obliga a que Ángela haga horarios de taxista: doce horas o más hasta que él acaba su jornada y pueden regresar juntos a l’Arboç. Antonio y su esposa, Lidia, le han inculcado que sea independiente y destierre de su vocabulario palabras como minusválida.
Por eso, Ángela decidió el viernes que regresaría en tren, como hizo por primera vez la semana pasada. Su padre la llevó a la facultad, pero no trabajaba ese día, y ella le pidió que descansara. “Te llamaré cuando llegue a Vilafranca o a Vilanova, papá”. A las siete de la tarde ya estaba en Sants. El primer tren que pasó no tenía puertas adaptadas, sin peldaños, para que accediera directamente. Ni el segundo. Ni el tercero. Ni…
Navegante en una eterna tormenta, Ángela padece atrofia muscular espinal, una enfermedad genética y neurodegenerativa que provoca pérdida de fuerza muscular, además de un sinfín de problemas añadidos. Puede mover muy bien el brazo derecho, pero tiene muy limitado el izquierdo. Una conmiseración mal entendida hacía que la profesora de Educación Física de cuarto de ESO la aprobara siempre con un 5, pero ese 5 no engañaba a nadie y además le bajaba su media académica, por lo que pidió que la declararan exenta. En el instituto le dijeron que “eso sólo podían pedirlo los deportistas de élite”.
Inició entonces una campaña en Facebook y se salió con la suya. Anteayer, cuando ya llevaba más de 90 minutos de espera en Sants, redescubrió el valor de la palabra. Escribió en un folio: “Llevo aquí una hora y media y no ha pasado ningún tren adaptado. ¿Soy una ciudadana de segunda?”. Renfe no informa en sus horarios de si los trenes están adaptados o no. Puede darse el caso de que pasen cuatro seguidos o que transcurran cuatro horas sin que pase ninguno, como sucedió el viernes.
Por fortuna, una mujer sensible, Elena, la vio allí, varada en el andén, y avisó a esta redacción. Una feliz idea. No todos los días se conoce a alguien que va a cambiar el mundo. Ángela tiene una frase para todo. Cuando le preguntan cómo puede competir en una eterna prueba de obstáculos sin perder jamás la sonrisa, responde: “Nunca un mar en calma hizo experto a un marinero”.
Con esa actitud acude cada día a clase. Cuando empezó, tuvo que entrevistarse con el jefe de estudios, el vicedecano y el decano para que adaptaran un lavabo a sus necesidades. Aun así tiene que entrar por un edificio, subirse a un montacargas (los ascensores son demasiado pequeños para su silla de ruedas), cruzar la primera planta y bajar por otro montacargas comunicado con la zona de las aulas. La facultad de Biología, con tres sedes interconectadas, es arquitectónicamente muy bonita, pero obliga a ese rodeo a quien no puede subir escaleras.
Antonio llegó a las estación a las 23.15 horas y la besó. Tenían por delante al menos una hora y cuarto de carretera. Ángela pedirá a Renfe que le devuelva el importe del billete. El viernes no lo pudo hacer porque a esas horas la oficina de atención al viajero ya estaba cerrada. Pero lo hará, cueste lo que cueste porque, como le han enseñado sus padres, “si no te adaptas al mundo, es que has nacido para cambiarlo”.
Una plaza de parking pendiente
Ángela ya ha logrado que la UB adapte un lavabo para ella, pero no puede entrar sola y ha de esperar a que su padre haga un alto en su jornada, a las 14 horas, para que la lleve. Ese lavabo y un elevador que salva un tramo de escaleras en su camino hasta el aula son casi todo lo que ha logrado de momento.
La universidad también le ha facilitado una plaza de aparcamiento al aire libre, pero necesitaría dos. Su padre la lleva en furgoneta, aparca en la facultad y va a buscar su taxi. Regresan a l’Arboç en la furgoneta, y el taxi se queda estacionado en la calle (“a ser posible, lejos del campus, porque no es una zona segura de noche”). Lo ideal sería que el taxi también tuviera una plaza en la universidad, pero...
No me canso de leerlo :) mil gracias por compartirlo
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