égimen de visitas dictado por el magistrado establece que el crío, de seis años y con un 65% de discapacidad, no pase jamás una noche con su padre
En casa de Martín el telefonillo está atado con una cuerda a la pared para que no pueda ser descolgado. Las ventanas están clausuradas con cerrojos. Los armarios de la cocina, atrancados con palos. Los picaportes de las puertas, asegurados. Y sobre las mesas y estantes de esta modesta vivienda en Usera, un barrio popular de Madrid, apenas hay objetos. Martín tiene seis años, autismo y una de sus obsesiones es tirar todo lo que pilla. Al suelo y, si puede, por la ventana.
Sofía, su madre, arrastra unas ojeras profundas. Está agotada. Martín requiere gran dedicación y ella sola no da abasto para ocuparse de él. Tiene además otro hijo mayor -Lucas, de 12 años, fruto de otra relación-, con un 36% de minusvalía y al que Sofía no puede dedicar la atención que requiere porque Martín absorbe todo su tiempo.
El padre de Martín hace un año que no se ocupa de su hijo como debiera, así que todo recae sobre los hombros de Sofía. Y aunque esta mujer de 27 años ha ido a juicio para tratar de obligar al padre del menor a responsabilizarse de él, no lo ha conseguido. Con el argumento de que "no pueden imponerse al padre estancias no pedidas por él mismo", un juez de familia ha legitimado recientemente que el padre de Martín siga desentendiéndose del crío.
El régimen de visitas establecido por el magistrado implica que el menor no pase jamás una sola noche en casa de su padre, lo que significa que Sofía no tendrá jamás una sola noche para ella. Martín no pasará jamás ni un solo día de vacaciones con su padre en verano, Navidad o Semana Santa, lo que significa que Sofía no tendrá un momento de asueto durante esos días en los que, al cerrar las aulas donde Martín recibe escolarización especializada, los cuidados que requiere el crío se duplican.
El padre, según el fallo del Juzgado 24 de Primera Instancia, verá a su hijo sólo dos fines de semana al mes, de 11.00 a 20.00 horas, sin que el crío duerma nunca en su casa. Y con un grave problema añadido...
Una de las cosas que Martín peor lleva es desplazarse. Sólo ir al cole, que está justo frente a su casa, es un drama. Suele tirarse al suelo a diario a la hora de entrar, suele resistirse a diario con todas sus fuerzas a la hora de salir. Los informes son taxativos: "Necesita estabilidad. Los desplazamientos y autobús deberían ser medidos", señala el psiquiatra José Lucas Jiménez. "En el traslado a casa, a pesar de la proximidad de la misma al centro escolar y de que se lleva a cabo un acompañamiento por parte de la integradora social, sigue presentando una fuerte oposición y conductas disruptivas y dos personas no son suficientes para controlar la situación", dice el informe de su profesora e integradora social.
Y ahora imagínese a Sofía, tan menuda, llevando ella sola a Martín en autobús al punto de encuentro (algo ya de por si sorprendente, dado que se trata de una ruptura normal de pareja) donde, según la sentencia, debe entregarlo a su padre. Y al niño, desplazándose luego en el coche de papá hasta el domicilio de éste. Y, al cabo de unas horas, repitiendo a la inversa la misma operación. Cuatro desplazamientos cada día, ocho en total durante los fines de semana que pasaría con su progenitor. Y eso, a pesar del dictamen de las profes de Martín: "No creemos conveniente que acuda a un punto de encuentro para la visita a su padre. Por las dificultades en los desplazamientos sería más ajustado a las necesidades del niño la recogida y entrega en el domicilio materno".
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