Trankimazin por cuidar a los padres
Dos de cada diez personas que velan por familiares dependientes sufren de depresión, concluye un estudio de la Mesa del Tecer Sector de Cataluña
CAMILO S. BAQUERO Barcelona 8 JUL 2014 - 21:40 CET
Desde hace ocho años, la vida de Carmen se divide entre cuidar a sus dos padres, de 90 y 89 años, y sus labores como maestra en Cerdanyola. Ambos tienen grado dos de dependencia, es decir, con necesidades de ayuda extensa para su autonomía personal. Él tiene demencia senil y ella, problemas de movilidad. “Me siento como un hámster corriendo en su rueda, dentro de la jaula. Pedaleas y pedaleas y no vas a ningún sitio”, explica la mujer, de 55 años, casada e hija única.
La realidad que vive Carmen no se aleja mucho de la de los más de 100.000 cuidadores familiares que hay en Cataluña, según el último balance del despliegue de la ley de Dependencia que realiza el Departamento de Bienestar, un 10% menos que el año pasado. Un colectivo “femenino e invisible, muy castigado por la crisis”, según Àngels Guiteras, presidenta de la Taula del Tercer Sector. La entidad presentó ayer su informe Los cuidadores familiares, el reto pendiente del sistema de Dependencia, que concluye que un 18% de los cuidadores no profesionales —como también se le conocen— está deprimido y un 14% presenta abusos de sustancias, como consecuencia de la sobrecarga física y emocional. “Los recortes y el colapso del sistema de dependencia están sobrecargando a los cuidadores familiares”, añadió Guiteras.
Además de la pensión, ambos dependientes reciben entre los dos una ayuda de poco más de 500 euros mensuales. Eso, junto con los dos salarios de la familia, les permite contar con facilidades que no tienen otras familias, aunque “ya no tenemos un duro en la caja”, confiesa Carmen. La preocupación y la paciencia son el pan de cada día.
Carmen toma trankimazin por recomendación médica. Su marido, que le echa una mano por las mañanas con sus padres (levantarlos, pañales, desayunos...), somatiza la presión con taques de psoriasis y ha tenido que recibir tratamiento especial. Uno de los respiros lo tiene gracias a la hora de cuidadora diaria que le da el Ayuntamiento de Barcelona. Una ayuda que, según el estudio realizado por Marc Cadafalch, psicopedagogo de la Fundación Pere Tarrés, se ve en riesgo por “los efectos de la reforma local que podría considerar este servicio como un servicio ajeno en las competencias municipales”. El programa Respir, que permite a los cuidadores tener tiempo de descanso, también está en riesgo.
Cadafalch explica que cada cuidador tiene una dedicación media de 10,6 horas diarias, y el 15,4 % de las personas cuidadoras no profesionales cuidan a más de una persona. “Los efectos sobre la salud psicológica aparece a partir de las 25 horas semanales para las personas mayores de 74 años”, dice el informe.
“Carmen se levanta todos los días a las 6.30 de la mañana para ir a la escuela y regresa a las 18.30 a su piso en Entença, para dedicarse a sus padres el resto de la jornada. “Te dan cita para evaluarlos y lo hacen en días diferentes, obligándote a pedir dos permisos. Sientes que entre las Administraciones no hay mucha coordinación”, denuncia. “Dentro de la rueda del hámster sientes que la burocracia es una gran palo en la rueda”, añade. “No tengo dinero para llevarlos a una residencia, pero tampoco me gustaría. “Ellos me cuidaron mucho a mí y a mis hijos, siento que tengo que devolverles sus esfuerzos”, argumenta la maestra.
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