«Una zambullida a los 15 años cambió mi vida para siempre»
«Era una mañana de verano, yo tenía 15 años y había ido a pasar mis vacaciones a Lugo. Hacía un día precioso y decidimos que lo pasaríamos en la playa de San Román. Estaba con varios amigos y fuimos, como en otras ocasiones, a unas rocas a tirarnos de cabeza. No era una zona alta, ya la conocíamos, pero sí que me di cuenta de que ese día había poca agua. Yo medía 1’84 y pesaba 86 kilos, llegó mi turno y me tiré al agua con un ángulo más picado de lo normal. Al llegar al agua, el cuello me hizo palanca con el hombro y salí a flote boca abajo, no perdí el conocimiento pero me estaba ahogando. Mis amigos tardaron unos minutos en darse cuenta y a mí me parecieron horas. Después me sacaron, me tumbaron en la arena y la Cruz Roja llegó en seguida. Recuerdo que cuando la doctora me dijo que moviera la pierna y el brazo, yo no podía y ahí pensé que había algo que no iba bien. Me trasladaron en helicóptero al hospital y a partir de aquí, todo se complicó». Este es el relato de cómo la vida de Carlos Martínez cambió para siempre en un instante. A partir de aquí comenzaron los médicos, la tristeza, la rehabilitación… un proceso muy duro para un joven que un día se levantó y se dio cuenta de que todo lo que había soñado para su futuro ya nunca se iba a hacer realidad.
La rehabilitación, crucial
Pero, como todas las historias, siempre hay una parte positiva. «Cuando asumes y aceptas tu realidad comienzas la lucha porque tu vida no se reduzca a una silla de ruedas» y ahí es donde después de un largo peregrinaje por diversos centros, Carlos encuentra la Asociación de Discapacitados Físicos de Móstoles (Adisfim). «No sólo encontré un centro en el que poder recibir la rehabilitación, que en mi caso y en tantos otros con lesiones neurológicas es imprescindible, sino también un grupo de personas cercanas y amables que consiguieron que, desde el primer día, me sintiera totalmente integrado y cómodo», relata.
En muy poco tiempo, prosigue Carlos, «las sesiones de tratamiento no sólo se convirtieron en el trabajo físico propio de la rehabilitación, sino también en momentos de charlas agradables y divertidos ratos de esparcimiento, junto con momentos en los que también compartir preocupaciones y problemas. Esto sólo se logra cuando hay un ambiente en el que te sientes realmente comprendido y querido. Todo esto consiguió que no sólo mejorase mi estado físico, sino también mi estado de ánimo. Por ello, cuando se me propuso poder ser miembro de la junta directiva, aunque me costó salir de mi zona de confort no tuve que pensármelo mucho para aceptar: me gustó la idea de poder trabajar con los que son ahora mis compañeros y amigos, para conservar y ayudar a mejorar una asociación que hace tanto bien a personas ensituaciones tan complicadas como la mía».
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