La feliz realidad de las familias que adoptan chicos con discapacidad se contrapone a todos los miedos y prejuicios que deja entrever el escaso número de parejas o personas inscriptas en el Registro Unico de Aspirantes a Guarda con Fines de Adopción (RUA) que están dispuestas a recibir a estos chicos: apenas el 17 por ciento del total.
Una de esas familias es la que componen Valeria Gasa -una psicóloga y acompañante terapéutica de 27 años- y Ezequiel, un niño de 8 años usuario de silla de ruedas con retraso madurativo severo y microcefalia, que viven en la localidad bonaerense de Salto.
“Desde que compartimos nuestras vidas, hace dos años, mi casa se llenó de sillas de ruedas, rampas y andadores, pero también de amor y felicidad”, contó a Télam. No obstante, reconoce que, para los familiares, amigos y conocidos “es difícil aceptar que una pueda tener deseos de adoptar” a un chico con discapacidad. “He tenido que dar explicaciones y escuchar frases como 'te arruinaste la vida', 'estás mal', 'estás atada para toda tu vida'”, contó.
Y si bien estos comentarios “me han dañado mucho”, la joven asegura que cada día sigue “eligiendo” la vida que lleva “y disfrutando mucho” de cada instante de cotidianeidad.
Valeria y Eze se conocieron cuando, con un año y medio, él fue institucionalizado en el Hogar del Niño de Salto, y ella fue convocada para tratarlo como asistente terapéutica.
“Nunca había pensado en adoptar pero lo conocí a Ezequiel y me pudo: lo adoré desde el primer día que lo vi y su discapacidad no me condicionó para nada. Así que con el correr del tiempo decidí renunciar a ese trabajo para ofrecerle a la jueza un proyecto de vida para él”, contó.
Tras haber obtenido la guarda provisoria en marzo 2014, “la lucha más grande” que está teniendo que afrontar Gasa es con las obras sociales, que se han mostrado reticentes a cumplir con la obligación de cubrir ciertas prestaciones.
Así, recién hace 10 días y gracias a presión de los más de 20.500 firmantes en Change.org, la joven consiguió que PAMI les otorgue la silla de ruedas pediátrica a medida que venía reclamando hace cinco años.
“Me encantaría saber que hay más personas que quieren adoptar chicos con discapacidad, porque ellos merecen una mejor calidad de vida”, concluyó.
Es que de los 5.705 postulantes inscriptos actualmente en el RUA, que funciona en el ámbito del ministerio de Justicia, sólo el 16 por ciento aceptarían adoptar a niños con algún problema de salud o discapacidad leve y sólo el 1 por ciento están abiertos también a chicos con una discapacidad severa.
Esas chances se achican si los niños en situación de adoptabilidad tienen más de un año: sólo el 6 por ciento acepta niños de hasta 6 años y una discapacidad leve; y apenas el 0,10 por ciento son capaces de convertirse en padres o madres de chicos de hasta 12 años con discapacidad leve.
A diferencia de Valeria, la marplatense Verónica Costilla Juliano llegó a su hijo Mauro -hoy de 16 años- a partir de una de las primeras convocatorias públicas de postulantes para casos urgentes de adopción.
“Durante 20 años yo había hecho muchos tratamientos para quedar embarazada sin éxito y un día que estaba bastante triste, nos fuimos con mi marido a buscar refugio en el afecto de mi tierra de origen, Tucumán. Y allá me enteré de la convocatoria, y fue escuchar y saber que Mauro era mi hijo”, contó.
Corría junio del 2000: siete meses antes, Mauro había venido al mundo con sólo 6 meses de gestación, poco más de 1 kilo de peso y una ceguera bilateral asociada a la prematurez, a lo que después se sumaría el diagnóstico de autismo.
Su madre biológica, una joven de 19 años en situación de extrema vulnerabilidad e inmersa en una situación de violencia, ya desde el embarazo había expresado a la Justicia su voluntad de dar al niño en adopción. “Tenía un diagnóstico de que iba a quedar en estado vegetativo porque se golpeaba constantemente su cabecita y era el único movimiento que tenía; pero fuimos corrigiendo con natación, equinoterapia, kinesiología, danza, música”, dijo.
“Todas las terapias que se te ocurra las hicimos y hoy corre maratones, ha participado en olimpiadas especiales de natación, canta, cocina y toca la batería”, agregó.
A la distancia, Verónica recuerda “la prueba piloto” de ese juez que se animó a publicar las fotos de Mauro y de una niña con síndrome de down para promover su adopción, y no duda en calificarla de “éxito” a pesar de que sólo se presentaron ella y su esposo. “No se presentó muchísima gente, pero nos presentamos nosotros, y eso era suficiente”, dijo.
Como Valeria, Verónica y su esposo tienen que afrontar todavía ahora, 16 años después, cuestionamientos a su decisión.
“Me preguntan ‘por qué, si podés elegir, elegís esto’, y yo digo ‘¿por qué no?’ Además, cuando buscás un hijo, te puede tocar en la panza un niño con discapacidad”, dijo. Costilla Juliano se ha transformado con el tiempo en una activista, que “cada día de mi vida levanto tres banderas: la de la ceguera, la de la adopción y la del autismo”, sobre todo a partir de la creación de la organización Autismo TGD Padres Mar del Plata.
“A veces me encuentro con mamás que se sienten muy mal porque ellas no esperaron niño con autismo, mientras que nosotros vamos felices por la vida porque elegimos a Mauro con sus condiciones”.
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