martes, 6 de diciembre de 2011
Artículo ROSA MONTERO-Una vida que merezca ser llamada vida
Hoy voy a hablar de un puñado de guerreros. De héroes y heroínas tenaces y
discretos con los que convivimos sin apenas darnos cuenta de que están ahí. Como
nuestra sociedad convencional y cobarde nos tiene hambrientos de épica, cuando
vamos al cine los ojos nos hacen chiribitas viendo La guerra de las galaxias y
otras películas de superhéroes pueriles, pero curiosamente no advertimos que hay
batallas mucho más grandiosas y difíciles que se están librando en la puerta de
enfrente. De hecho, hacemos todo lo posible por no enterarnos. Estoy hablando de
la diversidad funcional; es decir, de aquellas personas que, por razones
distintas (discapacidad intelectual, parálisis musculares o cerebrales,
etcétera), están de alguna manera limitadas en su funcionamiento. Pero lo
verdaderamente trágico es que a esas condiciones físicas, la sociedad añade un
encierro mucho más difícil de superar: el aislamiento total de la persona, su
desaparición de nuestra vida. No queremos ni cruzarnos con ellos. Ah, cuánto nos
incomoda la visión de un tetrapléjico, y aún peor la de un paralítico cerebral.
Con falsa compasión, con paternalista condescendencia, si topamos con alguien
así en un sitio público, solemos mantener la línea de nuestra mirada por encima
de la silla de ruedas, como si no estuvieran. Es fácil hacerlo. Quedan por
debajo.
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